domingo, 14 de junio de 2015

Cómo disfrutar Rio de Janeiro ahorrando unos pesos

Nunca está de más ahorrar unos pesos en cosas que, sencillamente buscando opciones por aquí y por allá, encontrarías más baratas. Sobretodo cuando viajas ese dinero extra que ahorras puede servir para llevarte un recuerdo, un regalo o solo por hacer rendir más el bolsillo. Les dejo estos datos, sujetos a modificaciones, para ahorrar y no morir en el intento en Rio.




Venir siempre con alguna tarjeta estudiantil

Rio de Janeiro es una ciudad donde se promueve mucho la cultura y por esto mismo algunos ciudadanos tienen derecho a pagar entrada a mitad de precio en distintos establecimientos turísticos, deportivos, culturales, etc. Lo cual ayuda mucho teniendo en cuenta todos los panoramas por hacer en esta Cidade Maravilhosa. Se puede acceder al beneficio siendo menor de 21 años mostrando la identificación correspondiente al momento de pagar la entrada o con alguna tarjeta estudiantil que lo acredite, independiente de la edad.
Algunos de los puntos con el beneficio son:
Estadio Maracaná (Partidos)
Pan de Azúcar
Museos
Cine, etc.





Comprar regalos y souvenirs en Saára

Saára es un barrio comercial ubicado en el centro de Rio. Puedes encontrar absolutamente casi todo, desde artesanías, recuerdos, adornos, ropa, hasta artículos de hogar y la verdad lo que se te ocurra. Es posible encontrar los mismos recuerdos que venden en Ipanema y las distintas ferias: pareos, poleras, adornos de Rio, etc. A un precio mucho más bajo que en estos lugares, es solo cosa de buscar y estar dispuesto a caminar harto para encontrar ofertas tales como 3 poleras por 10 reales, en lugar de los 20 reales que pagarías por la misma polera en la costanera de la playa.

Rumbearla en Lapa

La vida nocturna de Rio es intensa. La mayor parte de esta se vive en Lapa, el barrio bohemio de esta ciudad. Tiene distintos bares de todo tipo de música y precios acordes para cada bolsillo. Recomiendo pasear por las calles del barrio y probar las deliciosas caipirinhas y/o caipifrutas de medio litro que venden en la calle por 5 reales.
Hay mucho comercio en la calle el fin de semana por lo que puedes encontrar tragos, comida y jugos naturales todo preparado en el momento y con una buena onda increíble.




Comida al paso

Cuando se conoce un lugar creo que una excelente forma de hacerlo es probar los sabores locales y sobre todo la gastronomía cotidiana de los lugareños. Rio tiene mucha variedad de comida en la calle y para todos los gustos, salados, dulces, fritos, horneados, asados, etc.
Recomiendo como dato barato los salgados, unas especies de masas (fritas u horneadas) con distintos tipos de rellenos y con distintas formas y sabores. En casi todos los botecos, tienen promociones con refresco por unos pocos reales, desde 3 rs los más baratos hasta 7 u 8 dependiendo del sector.
Bonus: Acompañar el salgado por unos 3 reales más con un caldo de cana, que es básicamente eso, jugo de caña de azúcar exprimido en el momento. Un manjar.














Ejercicio en todas partes

Todo quien ha escuchado hablar de Rio sabe cuan deportiva es esta ciudad, casi un gimnasio al aire libre. Ciclovías y jaulas de entrenamiento repartidas por toda la costanera desde la zona sur hasta el centro, con diversos ejercicios y elongamientos para realizar con el propio peso corporal.
Botafogo tiene un gimnasio al aire libre, equipado con pesas y barras de cemento y fierro, bancas de madera, todo en buen estado para realizar diversos ejercicios. Flamengo, Copacabana, Ipanema, Leblon con costaneras amplias y largas para trotar, pedalear o simplemente caminar y disfrutar del paisaje. Además todos los domingos y feriados la calle aledaña al Aterro do Flamengo se cierra para vehículos motorizados y se abre para el deporte dominical. Apróximadamente 5 kms de extensión por 4 pistas de autos.



Artículo sujeto a cambios a medida que vaya descubriendo más tips. Cualquier sugerencia será bien recibida por su humilde servidor :)

martes, 2 de junio de 2015

Ser feliz

Corría el año 2011, un año agitado en materia política, manifestaciones estudiantiles cada semana y los ánimos de la población se caldeaban cada vez más. Estudiaba mi tercer año de psicología en una universidad capitalina. Ese año, si mal no recuerdo, presentamos con algunxs compañerxs nuestra candidatura de lista para el centro de estudiantes de mi carrera, y yo iba como coordinador general, la cual perdimos. Tenía novia, amigos, y aunque nunca destaqué en los estudios, tampoco me podía quejar: iba medianamente a la par con los más avanzados de mi generación. Era bien activo en cuanto a vida universitaria: participaba de las asambleas, foros, debates, y sinceramente eso era lo que me mantenía ahí. No la carrera, ni las ganas de tener mi “título”. “Título”, que palabra mas mierda, un cartón que te categoriza y te “titula” según a lo que supuestamente te dedicarás. Mi título soy yo, mi persona, mi alma, mi cuerpo, más no a lo que me dedico.
Como les contaba era mi tercer año de estudios y, como a muchos jóvenes de mi edad, me llegó una crisis vocacional que afortunadamente no pude “superar”; lo pongo entre comillas porque la superación de la crisis en este caso, era hacer caso omiso a lo que mi corazón me decía y seguir tragándome el adoctrinamiento académico sin cuestionarme mi felicidad.
Quiero hacer hincapié en este punto, y resaltar que si algo en la vida no te hace feliz, déjalo, no es para tí. Busca otra cosa, no te conformes. Aplicable a todo ámbito de la vida: pareja, estudios, rutina y sobre todo el trabajo, éste ocupará gran parte de tu vida y la única forma de estar realmente satisfecho es hacer algo que consideres verdaderamente genial, y para esto es necesario amar lo que haces. Y fue exactamente lo que me cuestioné en ese entonces. Empecé a preguntarme el por qué estaba estudiando, ¿Quería dedicarme a eso toda mi vida? ¿Me sentía apasionado al entrar a clases? ¿Lo estaba disfrutando? No sé en que momento de la carrera, pasó que las ganas de aprender y la pasión que gozaba en un principio, se transformaron en un pesar por las obligaciones y las responsabilidades impuestas por un profesor, con mi licencia claro está, al aceptar por ser partícipe de ese sistema educativo. Pero pasó.
Algo removieron en mi cabeza, todas las marchas de ese año, tanta gente descontenta, tantas voces unidas contra la educación de mercado, tanta disconformidad, me hicieron cuestionarme para que quería el tan ansiado título. Yo no quería ser un tornillo más de ese sistema. Entrar a la universidad porque se supone que debo hacerlo, trabajar porque se supone que deba hacerlo, tener hijos, una casa grande y un perro porque se supone que así tiene que ser. Me niego tajantemente a seguir alimentando ese estilo de vida que estaba diseñado para todos desde antes de nacer. Si de algo me sirvió la universidad fue para formar mi pensamiento crítico y cuestionar lo establecido, lo cual empezó a hacer eco en mí.
Entiendo que el concepto de Universidad en su origen no hace referencia a una maquinaria para generar más engranajes y tornillos de este sistema, sino una agremiación en la cual eran reunidos eruditos y sabios de la época, para generar proyectos e ideas que fueran en beneficio de la comunidad. Asimismo creo que los jóvenes universitarios deberían ser los constructores intelectuales de la sociedad, y de esta forma con su accionar y pensamiento crítico deberían ser el motor de conciencia para lograr verdaderas reformas sociales. Más, no veo que en las instituciones universitarias hoy en día pase eso, y eso fue suficiente para dejarlo.
No quería ese destino para mí, trabajar ocho horas diarias de lunes a viernes, celebrar casi desesperado la llegada del fin de semana, y odiar los lunes porque nos recuerdan lo miserable que somos. No tiene sentido, más que reproducir los mismos errores que se han cometido de generación en generación.
Pero tampoco sabía que era lo que quería, a qué me quería dedicar. Seguí trabajando como lo hacía en mi época universitaria, y fue pasando el tiempo. Sin darme cuenta, de repente habían pasado un par de años, mis antiguos compañeros de facultad se graduaban y yo todavía ahí, en nada con mi vida, estancado en mi zona de confort. Aún así sabía que no quería esa vida para mí.
Pasaba el tiempo y un amigo me extendió la invitación para un viaje de placer a Brasil, Rio de Janeiro. Aún no conocía por esos lados así que acepté. Junte el dinero y nos fuimos. Fueron diez días cargados de emociones, sensaciones y experiencias nuevas, Río es intenso y me hizo recordar lo mucho que siempre me ha gustado viajar. Lo mucho que se aprende cuando uno abandona el confortable hogar. El compartir con gente de costumbres diferentes a la mía, saborear nuevas comidas, mirar nuevos paisajes, respirar otro aire me llena por completo. Así que decidí hacerlo parte de mí, encontré lo que quería para mi vida, ser un aventurero. No sabía cómo pero lo haría.
Al retorno a Santiago empecé a planear (más bien improvisar) un viaje que empezaría donde mismo: Río, y terminaría no sé cuándo, ni dónde, ni cómo, solo con un objetivo claro que sería conocer todo lo posible y viajar solo por el júbilo del viaje mismo. Porque siempre he estado convencido de algo, la felicidad no es una meta, es un camino.
Tuve miedo del desconcierto, no lo niego, pero más me daba miedo volver a reacondicionarme a la rutina, volver a la comodidad y estancarme ahí. Entonces fue que me deshice de los bienes materiales que poseía: vendí mis muebles, regalé ropa, cachureos, entregué el departamento que arrendaba y armé mi mochila, mi nueva casa.

Praia Tartaruga, Búzios, RJ.
Y aquí estoy, siguiendo mi corazón e intuición, haciendo lo que me gusta, viviendo cada día cargado de sorpresas y aprendiendo de la vida como nunca antes lo había hecho. Esto está recien empezando.