martes, 2 de junio de 2015

Ser feliz

Corría el año 2011, un año agitado en materia política, manifestaciones estudiantiles cada semana y los ánimos de la población se caldeaban cada vez más. Estudiaba mi tercer año de psicología en una universidad capitalina. Ese año, si mal no recuerdo, presentamos con algunxs compañerxs nuestra candidatura de lista para el centro de estudiantes de mi carrera, y yo iba como coordinador general, la cual perdimos. Tenía novia, amigos, y aunque nunca destaqué en los estudios, tampoco me podía quejar: iba medianamente a la par con los más avanzados de mi generación. Era bien activo en cuanto a vida universitaria: participaba de las asambleas, foros, debates, y sinceramente eso era lo que me mantenía ahí. No la carrera, ni las ganas de tener mi “título”. “Título”, que palabra mas mierda, un cartón que te categoriza y te “titula” según a lo que supuestamente te dedicarás. Mi título soy yo, mi persona, mi alma, mi cuerpo, más no a lo que me dedico.
Como les contaba era mi tercer año de estudios y, como a muchos jóvenes de mi edad, me llegó una crisis vocacional que afortunadamente no pude “superar”; lo pongo entre comillas porque la superación de la crisis en este caso, era hacer caso omiso a lo que mi corazón me decía y seguir tragándome el adoctrinamiento académico sin cuestionarme mi felicidad.
Quiero hacer hincapié en este punto, y resaltar que si algo en la vida no te hace feliz, déjalo, no es para tí. Busca otra cosa, no te conformes. Aplicable a todo ámbito de la vida: pareja, estudios, rutina y sobre todo el trabajo, éste ocupará gran parte de tu vida y la única forma de estar realmente satisfecho es hacer algo que consideres verdaderamente genial, y para esto es necesario amar lo que haces. Y fue exactamente lo que me cuestioné en ese entonces. Empecé a preguntarme el por qué estaba estudiando, ¿Quería dedicarme a eso toda mi vida? ¿Me sentía apasionado al entrar a clases? ¿Lo estaba disfrutando? No sé en que momento de la carrera, pasó que las ganas de aprender y la pasión que gozaba en un principio, se transformaron en un pesar por las obligaciones y las responsabilidades impuestas por un profesor, con mi licencia claro está, al aceptar por ser partícipe de ese sistema educativo. Pero pasó.
Algo removieron en mi cabeza, todas las marchas de ese año, tanta gente descontenta, tantas voces unidas contra la educación de mercado, tanta disconformidad, me hicieron cuestionarme para que quería el tan ansiado título. Yo no quería ser un tornillo más de ese sistema. Entrar a la universidad porque se supone que debo hacerlo, trabajar porque se supone que deba hacerlo, tener hijos, una casa grande y un perro porque se supone que así tiene que ser. Me niego tajantemente a seguir alimentando ese estilo de vida que estaba diseñado para todos desde antes de nacer. Si de algo me sirvió la universidad fue para formar mi pensamiento crítico y cuestionar lo establecido, lo cual empezó a hacer eco en mí.
Entiendo que el concepto de Universidad en su origen no hace referencia a una maquinaria para generar más engranajes y tornillos de este sistema, sino una agremiación en la cual eran reunidos eruditos y sabios de la época, para generar proyectos e ideas que fueran en beneficio de la comunidad. Asimismo creo que los jóvenes universitarios deberían ser los constructores intelectuales de la sociedad, y de esta forma con su accionar y pensamiento crítico deberían ser el motor de conciencia para lograr verdaderas reformas sociales. Más, no veo que en las instituciones universitarias hoy en día pase eso, y eso fue suficiente para dejarlo.
No quería ese destino para mí, trabajar ocho horas diarias de lunes a viernes, celebrar casi desesperado la llegada del fin de semana, y odiar los lunes porque nos recuerdan lo miserable que somos. No tiene sentido, más que reproducir los mismos errores que se han cometido de generación en generación.
Pero tampoco sabía que era lo que quería, a qué me quería dedicar. Seguí trabajando como lo hacía en mi época universitaria, y fue pasando el tiempo. Sin darme cuenta, de repente habían pasado un par de años, mis antiguos compañeros de facultad se graduaban y yo todavía ahí, en nada con mi vida, estancado en mi zona de confort. Aún así sabía que no quería esa vida para mí.
Pasaba el tiempo y un amigo me extendió la invitación para un viaje de placer a Brasil, Rio de Janeiro. Aún no conocía por esos lados así que acepté. Junte el dinero y nos fuimos. Fueron diez días cargados de emociones, sensaciones y experiencias nuevas, Río es intenso y me hizo recordar lo mucho que siempre me ha gustado viajar. Lo mucho que se aprende cuando uno abandona el confortable hogar. El compartir con gente de costumbres diferentes a la mía, saborear nuevas comidas, mirar nuevos paisajes, respirar otro aire me llena por completo. Así que decidí hacerlo parte de mí, encontré lo que quería para mi vida, ser un aventurero. No sabía cómo pero lo haría.
Al retorno a Santiago empecé a planear (más bien improvisar) un viaje que empezaría donde mismo: Río, y terminaría no sé cuándo, ni dónde, ni cómo, solo con un objetivo claro que sería conocer todo lo posible y viajar solo por el júbilo del viaje mismo. Porque siempre he estado convencido de algo, la felicidad no es una meta, es un camino.
Tuve miedo del desconcierto, no lo niego, pero más me daba miedo volver a reacondicionarme a la rutina, volver a la comodidad y estancarme ahí. Entonces fue que me deshice de los bienes materiales que poseía: vendí mis muebles, regalé ropa, cachureos, entregué el departamento que arrendaba y armé mi mochila, mi nueva casa.

Praia Tartaruga, Búzios, RJ.
Y aquí estoy, siguiendo mi corazón e intuición, haciendo lo que me gusta, viviendo cada día cargado de sorpresas y aprendiendo de la vida como nunca antes lo había hecho. Esto está recien empezando.

1 comentario:

  1. Hola Perro. Que bueno poder expresar tus ideas a través de este tipo de medios. Siento que tienes muchas cosas por decir, experiencias que contar que quizás quedan cortas por otro tipo de medios mas inmediatos y fugaces. Me gustaría que este blog continuara, siempre es bueno saber de un amigo con un poco más de profundidad. Más allá de las tallas que podemos tirar por el wathsapp siempre es bueno pensar un poco mas, detenerse y reflexionar sobre lo que somos, en lo que estamos y lo que queremos.

    Me gustó tu texto, tu experiencia es valiosa, vivimos constantemente en torno a expectativas y necesidades impuestas, ajenas y violentas. Salir de eso, plantearse de manera distinta, creer en un objetivo distinto y llevarlo a cabo son cosas que cualquier papel aguanta pero pocas biografías son capaces de atestiguar. La zona de confort, como dices, es un lugar complejo, lleno de certezas ajenas-naturalizadas y sueños ahogados en pruebas, responsabilidades, alcohol y drogas. Lo abandonaste, lo estas haciendo y puedes hacerlo, hácela.

    Punto aparte. PD: de repente te atropellas un poco, quizás tienes demasiadas cosas por decir, te recomendaría ir de a poco, tema por tema, sentimiento por sentimiento: agotalos para luego dar paso a otros. No sé si me doy a entender.
    Tampoco es necesario explicar tanto, quizás para los que te conocemos en algún grado son innecesarias las explicaciones luego de una palabra entre comillas. Son tonteras la verdad, pero según yo, te hacen perder un poco el foco de lo que estas escribiendo. Quizás yo lo haría así, y quizás también tendría que escribir mi propio blog. Quizás sea un buen impulso.

    Bueno en fin, es tu blog, tu desarrollalo como quieras. De todas formas es agradable saber de un amigo.

    Ismael.

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